Las gentes que viajan adquieren una
forma fragilísima de belleza.
Por algunas horas se transforman en algo
singular, y viven agudamente;
descubren extraños sentimientos
que no sospechaban que pudieran
tenerse, y caminan como dichosos.
En las estaciones de los trenes,
mientras esperaba, he vivido
horas melancólicamente ricas.
He visto partir a las gentes,
y no estaban solas: se sumergían
en su larga noche de viaje,
llevando en su sangre la pureza
que dan las distancias y los adioses;
pobladas de bocas y de miradas,
se purificaban como si fueran
a entrar en un templo o en un combate.
Y he visto regresos y llegadas, abrazos
de amor entre gentes que no se amaban;
pero, sin embargo, el amor lucia
en ellos, brillaba evidente.
Y los que regresan sin que nadie
los espere viven también; trajeron
una soledad mas limpia, un tesoro
de pueblos hallados, de noches descubiertas.
Y cargan sus viejas valijas,
y sus bolsas llenas de fruta
que es igual a la que comen a diario;
pero que ha de darles un sabor de cosas
buenas, de placer incomparable,
al llevarlos, plácidos, al recuerdo
de los vendedores en el camino,
de las casas lúcidas en la sombra lejana.
Y los que regresan y los que parten
se confunden: todos llevan con ellos
una sensación de heroísmo,
una lumbre tenue que se funda
en su corazón, y se derrama
y enciende sus rostros atónitos,
poblados de pérdidas y esperanzas.
Rubén Bonifaz Nuño
Ortega, J.. (2001). Antología de la poesía hispanoamericana actual. México: Siglo XXI.