Hay un árbol a dos casas, medirá unos tres pisos de altura, sospecho que vienen de ese árbol unos pedazos de madera, similares a las que caen de las jacarandas, los que están haciendo mucho ruido en mi patio.

La vida sigue y aunque el árbol está rodeado de cemento (casas y cuidad) siguen arrojando sus semillas, sigue haciendo lo que por diseño debe de hacer, vivir.
Me encantan los árboles, se puede aprender mucho con observarlos.
Junto al toronjo que estaba, del que hablé hace unas entradas, en la casa de los vecinos de enfrente, hay otro más. Una higuera, la cual sobrevivió y empieza a reverdecer.
Para cada árbol hay un lugar diferente, al toronjo solo le era cuestión de tiempo para morir, pues no estaba donde debía de estar plantado. Sin importar lo mucho que lo cuidarán.
Si no reverdecemos, a diferencia de los árboles, hay que buscar otro lugar. Esa es nuestra ventaja.